El hombre y la mujer, en general, tienen deseo de aprender. Es así que empezó su vida; aprendiendo a través de la la boca y de las palabras para conocer el mundo; a controlar los esfínteres; a diferenciar su propio cuerpo del de los otros: a hablar, a jugar, a leer, a estudiar. Todos los verbos tuvieron su tiempo de aprendizaje y así, haciendo y haciendo, como si no estuviesen aprendiendo, desde el deseo de ser mayor, aprendieron de forma natural a conjugar muchos verbos.
A la edad adulta, seguir aprendiendo, estudiando parece una tarea más dificultosa… Nuestras actividades diarias, nuestros prejuicios en cuanto al aprender se trata, nuestra pereza, en fin, obstáculos que, sin embargo, nos recuerdan que si no seguimos practicando, que si no seguimos tocando el piano como cuando pequeño/a, bailando como cuando pequeño/a, escribiendo poesías como cuando pequeño/a ya no sabemos hacerlo, fueron encandilamientos que se desmayaron «con el tiempo»…
Ahora cuando algún deseo de aprender surge desde la realidad, ya no sabemos aplicar el aprendizaje natural, dejarnos aprender, queremos entender, queremos hacerlo bien, sin equivocaciones, queremos aplicar métodos drásticos, casi de tortura, todo ello bajo el refrán… «la letra con sangre entra». Poner un poco de pasión a la tarea la dinamiza pero con sangre, no.
Sabemos que conviene aplicar la repetición para tomarle gusto a la tarea, cualquiera que sea. El aprendizaje «natural» no tiene una forma concreta, ni una posición, ni unas horas, ni nada predeterminado, conviene ir haciendo, a nuestra manera, ir haciendo en libertad, para evitar las oposiciones, los obstáculos, saltarnos estas detenciones y disfrutar aprendiendo. Aprender en libertad es sentirse vivo.